Durante la segunda mitad del siglo XIX la defensa del territorio se fundamentaba en la creación de campos atrincherados, es decir, extensos territorios a los que se asignaba un cuerpo de ejército y en cuyas elevaciones se establecían grandes fuertes adscritos al sistema poligonal, dotados de baterías, rodeadas por un camino cubierto para infantería y por un foso flanqueado mediante caponeras.