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Obras hermanas. Carro de desinfección, 1922 (Museo Histórico Militar de Valencia) y Emergency Observer (Museo de Arte Contemporáneo de León)

Fecha de publicación: 10-03-2021 11:19

El proyecto Obras hermanas pone en diálogo a obras de la Colección Museo de Arte Contemporáneo de León (MUSAC) con obras de otras colecciones de distintos museos con diferentes objetos de estudio.

Refugios móviles. Por Raquel Álvarez. Técnico del Departamento de Colección y Registro del MUSAC

Hace tiempo que los automóviles dejaron de ser simples herramientas –si es que alguna vez fueron únicamente eso– con el único objetivo de transportar mercancías o personas y, como elementos de la vida real, se han incorporado a los museos. Tal es el caso de las dos piezas que dialogan en esta edición de Obras Hermanas, un carro de desinfección que data del año 1922 que se encuentra en el Museo Histórico Militar de Valencia y un coche / escultura / instalación titulado Emergency Observer (Testigo de emergencias) de Fernando Sánchez Castillo perteneciente a la Colección MUSAC.

La incorporación de estas piezas a las colecciones de ambos museos responde a motivaciones diferentes dada la naturaleza de sus colecciones. Sin embargo, podemos encontrar ciertas similitudes.

En ambos casos se trata de vehículos que se incorporan a los museos una vez que han hecho su función, tal es el caso del Emergency Observer, que además de ser el coche que el artista utilizaba en su vida diaria, posteriormente, y una vez transformado, pasó a ser el protagonista de una acción artística que dio como resultado una pieza vídeo que también forma parte de la Colección MUSAC.

La transformación del coche se inspiró en los “tiznaos”, coches y todo tipo de automóviles utilitarios y particulares que fueron blindados, para ser utilizados durante la Guerra Civil Española, principalmente por parte del bando republicano. Estos vehículos se convertían en tanques de forma muy artesanal y con los pocos recursos que había disponibles, con lo que algunos de ellos apenas podían moverse, otros no aguantaban apenas un combate, si bien algunos fueron utilizados durante los tres años que duró el conflicto.

El coche, un jeep de grandes dimensiones, fue “customizado” en los Ángeles en el año 1998 con la construcción de un pequeño habitáculo en su parte trasera, además de ser equipado con sistemas de vigilancia y exploración. Todos los materiales utilizados para el nuevo diseño se encontraban al alcance de cualquier consumidor americano medio.

Los Ángeles, lugar en el que se encontraba el artista en el momento de concebir la idea, es un área, que dadas sus condiciones geográficas –zona de frontera y geológicamente activa– la convierte en un lugar en el que en sus habitantes está siempre presente la idea de desastre, amenaza o disturbio, además de ser escenario de multitud de películas de Hollywood sobre catástrofes que contribuyen a aumentar o a recordar esa sensación de continuo estado de emergencia.

Sánchez Castillo se construye un refugio móvil con el que explorar la ciudad y encontrarse a salvo de cualquier peligro. Así, filma varias ciudades desde su “fortín ambulante” que a priori desconocemos pero que adivinamos por el entorno, los nombres de las calles, las amplias avenidas, los luminosos de los comercios y restaurantes, monumentos, museos… y que, gracias a la documentación sabemos que son Rotterdam, París, Los Ángeles y Alcorcón.

La intención de Sánchez Castillo era colocar el coche en escenarios que suscitasen recuerdos de momentos que han tenido lugar a lo largo de la historia, así en Rotterdam se presentaba como un recuerdo de la Segunda Guerra Mundial. Para el recorrido en París pensaba en una ciudad invadida por la maquinaria de guerra nazi. También en París se sirvió de un palacio neoclásico para recrear la estética de los golpes de estado al estilo sudamericano.

Otro de los elementos comunes de ambas piezas es que nos hablan de la sociedad en que han sido creados o utilizados. En el caso de la pieza de Fernández Castillo destacaría la idea de refugio móvil, muy presente en nuestros días y con la actualidad de la pandemia más que nunca. Los vehículos se han convertido en espacios seguros en los que trasladarse, evitando así los medios de transporte colectivos. Las vacaciones ideales ya no son en un resort de playa, sino recorriendo el mundo en una furgoneta con casi las mismas comodidades que tendríamos en una vivienda convencional. En estos últimos meses hemos podido ver manifestaciones convocadas a las que solo se podía acudir si era en coche. Hasta se fomenta la práctica de pruebas médicas diagnósticas y la inyección de vacunas desde nuestro vehículo particular. Todo ello para evitar el contacto físico y de esta manera contener el virus. Al igual que la función desempeñada por el carro de desinfección del Museo Militar de Valencia.

Este trabajo de Sánchez Castillo entronca con todo el corpus de su trabajo, en el que la historia contemporánea y el paso del tiempo ocupan un lugar predominante y en el que los objetos son presentados de tal forma que nos lleva a contemplarlos de una manera diferente y crítica, ampliando sus significados y haciéndolos polisémicos. Según palabras del propio artista, “en la comprensión de la transformación es donde reside el hecho artístico”.

Ingenio contra epidemias: el carro de desinfección del Museo Histórico Militar de Valencia. Por Ainhoa Simón Diez. Responsable de difusión de la Unidad de Coordinación de Museos SDG. Publicaciones y Patrimonio Cultural, Ministerio de Defensa

La pandemia del COVID-19 ha introducido nuevos hábitos en nuestra vida, como el uso de la mascarilla y el gel desinfectante o la preocupación por mantener la distancia social.  Resulta curioso comprobar cómo muchas de estas medidas higiénicas y de prevención ya se implementaron en epidemias anteriores, de las cuales, quizá la gripe de 1918 sea la más recordada.  En aquel momento, la expansión del virus se vio favorecida por las condiciones de la Primera Guerra Mundial, ocasionando una grave crisis sanitaria.

El control de la propagación de enfermedades epidémicas ha sido una preocupación constante de la medicina castrense, dado que su transmisión se veía favorecida por las condiciones de la vida en común.  Especialmente notable fue la contribución a este campo del médico Mateo Seoane Sobral (1791-1870), quien desempeñaría un papel decisivo en la organización del Cuerpo de Sanidad Militar (1836), ocupando el puesto de Inspector General de Hospitales.  Junto a sus discípulos, Pedro Felipe Monlau (1808-1871) y Francisco Méndez Álvaro (1806-1883), Mateo Seoane fue precursor del higienismo en España. Esta disciplina, clave en la lucha contra la transmisión de enfermedades, buscaba mejorar las condiciones de salubridad e higiene combatiendo los agentes infecciosos mediante la adopción de protocolos y el empleo de sistemas de desinfección.

La estufa de desinfección que nos ocupa fue, precisamente, uno de los artefactos más novedosos utilizados desde finales del siglo XIX para la esterilización de ropa y enseres. La incorporación de este tipo de estufas a la vida en campaña supuso un gran avance en materia de higiene colectiva aplicada al ámbito de la sanidad militar, contribuyendo a frenar la transmisión de enfermedades contagiosas, como el tifus, la gripe o el cólera. Enfermedades muy temidas en el Ejército debido a su alta tasa de mortalidad, que llegaba a superar a la de los heridos en combate.

La estufa de desinfección más extendida en nuestro país fue la que utilizaba el sistema de la casa francesa Geneste Herscher y Cia, de la que el Museo del Ejército conserva una maqueta datada en torno a 1900. Aunque presenta una estructura muy similar, la fabricación o importación de la estufa de desinfección locomóvil del Museo Histórico Militar de Valencia, datada en 1922, se atribuye al barcelonés Pedro Homet, quien poseía una fábrica de apósitos antisépticos y mobiliario quirúrgico en la calle Pelayo nº 48. La estufa se compone de una carbonera –situada bajo el asiento del conductor–, un depósito de líquidos, una caldera de vapor vertical y la estufa propiamente dicha, o cámara de desinfección, además de todo un entramado de tuberías, grifos, manómetros de presión, bomba de mano y termómetro. Su sistema de desinfección se basaba en la aplicación de vapor a presión, a modo de autoclave. La ropa y los objetos a desinfectar se colocaban cuidadosamente, en capas de poco espesor, sobre la estructura metálica del interior del cilindro, que se cerraba mediante una puerta hermética situada en su parte posterior. La caldera de vapor, alimentada por carbón en su parte inferior, calentaba la solución líquida obtenida de la mezcla de agua y formol, logrando temperaturas de entre 110 y 112 grados centígrados. La mezcla del vapor de los gases con las altas temperaturas aseguraba la eliminación de parásitos, virus y bacterias. Por su parte, el montaje sobre un carro de tracción animal facilitaba su traslado, lo que la hacía muy versátil y especialmente práctica para el servicio en campaña.

El carro de desinfección del Museo es una pieza de singular relevancia, al tratarse de uno de los pocos carros completos de estas dimensiones que se conservan en España (240 cm x 490 cm x 196 cm). En 2020, el fondo fue sometido a una restauración a cargo del Instituto Universitario de Restauración del Patrimonio de la Universidad Politécnica de Valencia, que permitió recuperar la inscripción original del rótulo trasero, en la que se hace referencia al año de fabricación: “Año 1922”. El Museo Histórico Militar de Valencia cuenta, además, con otras piezas destacadas en sus colecciones, como el cuadro del pintor catalán José Cusachs dedicado a la Toma del fuerte del Collado de Alpuente, de 1900, o el microscopio fotomicrográfico E. Leitz Wetzlar, de principios del siglo XX.

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