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Colección museográfica del Real Observatorio de la Armada

Nº INV. ROA: 0452/PH. José Sánchez Cerquero (San Fernando, ca. 1851)

A lo largo de las primeras décadas del siglo XVIII, los gobiernos de Felipe V trabajaron para recuperar la presencia de España como potencia internacional, tomando una serie de decisiones dirigidas a la organización de una marina militar capaz de defender los intereses ultramarinos de la Corona. Para conseguir este objetivo era necesaria una armada  moderna, dotada de nuevos barcos y de unos oficiales capacitados para poner en práctica los conocimientos técnicos y científicos relacionados con el ejercicio de su profesión. No podemos olvidar que, en aquella época, el navío se había convertido en una complejísima máquina de guerra, cuyo manejo exigía, además de los tradicionales conocimientos de pilotaje, una profunda formación técnica.

José Patiño, a la sazón Intendente General de Marina, tomó a partir de 1717 algunas decisiones, como la creación del Departamento Marítimo de Cádiz y la Academia de Guardias Marinas, o el traslado a esta ciudad de la Casa de la Contratación establecida en Sevilla por los Reyes Católicos, que convirtieron a Cádiz en la principal base naval española. La citada Academia, destinada a la formación de un nuevo tipo de oficiales de marina con preparación militar y científica, se hizo cargo de las funciones técnicas relacionadas con la náutica que hasta entonces habían estado a cargo de los pilotos mayores y de los cosmógrafos de la Casa de la Contratación. Como consecuencia de ello, durante la primera mitad del siglo XVIII, la bahía gaditana se fue configurando como un importante foco de actividad y desarrollo de conocimientos en aquellas disciplinas científicas y técnicas que de alguna manera estaban relacionadas con la navegación oceánica (náutica, construcción naval, astronomía, cartografía, exploración geográfica, medicina y cirugía).

En este contexto que acabamos de describir, el marqués de la Ensenada, que entre otros cargos ostentaba la Secretaría de Estado y del Despacho de Marina, impulsó la creación de un observatorio dedicado a la astronomía y sus aplicaciones prácticas, con el que la Armada pretendía completar el complejo docente y técnico ya instalado en la bahía gaditana, integrado hasta entonces por la Academia de Guardias Marinas y por el Arsenal de La Carraca. De esta forma, el Real Observatorio Cádiz, nacido en 1753 como un anexo a la citada Academia e instalado en el Castillo de la Villa, se convirtió en la primera institución científica española dedicada a la observación astronómica, actividad que iría ampliando paulatinamente a otros campos científicos directamente relacionados con la astronomía, como la cartografía náutica, la elaboración de un almanaque náutico o la determinación y conservación de la hora.

En 1798, tras la instalación de la mayor parte de las instituciones del Departamento Marítimo de Cádiz en la Población Militar de San Carlos, el Real Observatorio fue trasladado a la Isla de León. Una nueva ubicación en el Cerro de Torre Alta donde el Observatorio consolidaría su independencia orgánica respecto a la Academia de Guardias Marinas, comenzando el siglo XIX con unas nuevas instalaciones construidas diseñadas por el marqués de Ureña, director de las obras de la Población de San Carlos. Sin embargo, tanto la inauguración de la nueva sede como la puesta en marcha de un ambicioso plan de trabajo astronómico llegaron en un mal momento, justo cuando el prestigio de la Armada dejaría de estar en la ciencia y en los telescopios. La tremenda derrota material y moral sufrida por la Armada en Trafalgar (1805) dio inicio al hundimiento de la Marina diseñada un siglo antes por los gobiernos de Felipe V. No obstante, el Real Observatorio de la Isla de León fue una de las pocas instituciones científicas ilustradas que lograron sobrevivir a la crisis del primer tercio del siglo XIX, gracias sobre todo a su periférica ubicación geográfica que le mantuvo alejado de los problemas derivados de la guerra y de los vaivenes de la Corte.

Más adelante, tras un período de penurias económicas que se extendió hasta la mitad del siglo, el Observatorio de la Marina pudo reactivar sus trabajos coincidiendo con el reinado de Isabel II. A partir de entonces, la institución comenzó un nuevo período de actividad, colocándose al frente de la introducción en España de nuevas disciplinas científicas como el geomagnetismo, la astrofotografía o la sismología, abriendo el camino a la colaboración científica internacional en muchos de estos ámbitos. Años más tarde, ya en pleno siglo XX, la Guerra Civil volvería a destruir gran parte de lo construido a lo largo de más de un siglo en el ámbito cultural y científico. Sin embargo, de nuevo el Observatorio de San Fernando se vio beneficiado por su periférica ubicación geográfica, gracias a la cual quedó apartado de la destrucción derivada de la contienda aunque su actividad científica quedó drásticamente recortada hasta las últimas décadas del siglo XX.

En la actualidad el Real Instituto y Observatorio de la Armada sigue activo en diversos campos científicos relacionados con la astronomía, la geofísica y la determinación de la hora, y atesora un ingente patrimonio cultural acumulado gracias a su actividad a lo largo de los tres últimos siglos.

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